Cuando era pequeñita íbamos todos los fines de semana a mi aldea, y también pasábamos allí las vacaciones de verano.
Mi casa está en una aldea auténtica, alrededor soló hay otras tres casas y están bastante lejos. En una de estas casas había otros dos niños uno y dos años mayores que yo que eran hermanos.
Su madre los vestía igual, normalmente iban con unos pantaloncitos cortos y unas viseras azules a juego y eso hacía que parecieran más tontos, en plan Pocholo y Borjamari.
Solían venir a nuestra casa a jugar conmigo o a ver a mi padre, porque mi papá es el mejor papá del mundo mundial y todos mis amigos, conocidos y compañeros de clase me tenían envidia por ello. Porque mi papá, no solo arreglaba coches, sino que sabía hacer juguetes con casi cualquier cosa.
Estos chavales, Edu y Manu, eran como el gordo y el flaco. El mayor, Manu, era más alto y delgado, y también tenía peor caracter. Edu, por el contrario, era más bajito y regordete y bastante mejor persona, más afable e ingenuo. Para mi, su momento estelar fue cuando cogió un empacho comiendo moras.
Habíamos ido a por moras los tres, y como era la época conseguimos muchísimas. Edu empezó a comer moras directamente de las zarzas, a pesar de que le advertimos de que estaban al sol y no era prudente. Luego nos fuimos a casa y las lavamos. Manu y yo comimos moras hasta hartarnos, pero Edu que había terminado las suyas siguió comiendo de las nuestras. Mi madre le advirtió pero él no le hizo caso y luego tuvo una fiebre terrible y cagalera durante una semana. Casi la palma por glotón. Jamás he vuelto a ver a nadie comer de esa manera.
Edu y Manu solían acercarse a casa después de comer. Siempre se escondían para que no los viésemos y entrar por la ventada de atrás en la casa. No recuerdo que lo consiguieran nunca, siempre los veíamos antes porque sus gorras asomaban por encima de la piedra por la que pasaban a gatas. A veces, por pena, hacíamos como que no los veíamos.
Lo que más ilusión le hacía a mi madre (que no era muy buena cocinera) era que ellos siempre se apuntaban a la comida aunque acabaran de comer en su casa.
Luego pasábamos la tarde jugando juntos. El juego que más le gustaba a Manu era ponerme a prueba. Yo les ganaba siempre al escondite (no eran muy buenos) y él me retaba a hacer cosas que creía que no me atrevería a hacer. Nunca hubo una piedra o un árbol al que él pudiera subir y yo no (aunque yo era más joven y más pequeña). Jugando al escondite los encontraba enseguida y cuando me escondía yo terminaban por aburrirse, pedirme que saliera o irse a su casa (es que soy muy de monte). También hacíamos excursiones y a la vuelta me decía - es por aquí - y yo le respondía - pues antes fuimos por este otro camino - pues nosotros vamos a ir por aquí que se llega antes - pues yo voy a ir por allí que es el camino que conozco - pero este es un atajo - pues me da igual...
Lo mejor de todo es que mientras Manu intentaba engañarme Edu le susurraba - Manu, Manu, creo que tiene razón ellla.
Luego nos íbamos cada uno por su lado y al cabo de un rato me alcanzaban porque mi camino era el correcto.
En el "palleiro" tenía un baúl con ropa vieja con la que mi madre nos dejaba jugar y hacíamos obras de teatro.
Nunca se irá de mi cabeza el recuerdo de que Edu se pasaba el verano disfrazado de mariachi con un sombrero de paja de mi madre el bañador y mi chaqueta austríaca ¡¡de lana!! que picaba horrores y le quedaba pequeña. ¡Le encantaba!
Con ellos ví la bola de cristal, E.T., verano azul, V y la verdad es que conservo un montón de buenos recuerdos.
Un verano Manu provocó un incendio sin querer. Para nosotros fue divertidísimo, nos pasamos la tarde en la piscina (una poza) riéndonos porque los bomberos en vez de utilizar agua intentaban apagar el fuego golpeándolo con una especie de pala.
Aun a riesgo de parecer prepotente lo diré, les daba mil vueltas. No sabían nadar ninguno de los dos y llevaban manguitos en la poza que apenas cubría. Yo ya nadaba al menos tres estilos (croll, espalda y perrito). A veces intentaban hacerse los interesantes y tardaban en venir, pero yo nunca fui a buscarlos, sabía cómo hacer que vinieran. Era como un juego, el "veamos quién es mas terco". Ellos se ponían a jugar a la pelota, yo les veía sin que se dieran cuenta y empezaba a hacer que jugaba a algo mucho más interesante. Iba de un lado a otro como recogiendo cosas y después hacía como si estuviese muy concentrada preparando algo en un lugar donde pudieran verme. Al poco tiempo ya notaba como se giraban a ver y en pocos minutos los veía bajando el camino. Luego se escondían para espiarme, pero lógicamente los descubría. - ¿Qué hacías?- me preguntaban, y yo, les contestaba muy enigmática - No es asunto vuestro.- ¡et voilà!, a jugar.
Nuestra amistad terminó de repente un día que encontré una bellota gigante y Manu me la robó diciendo que el árbol lo había plantado su padre. No volví a dirigirles la palabra, entonces tenía un carácter...
Nota: Cabrón, devuélveme MI bellota!!