
Cuando tenía 7 años, mis padres me enviaron a mi primer campamento de verano en los Ancares lucenses.
El viaje hasta Ancares fue una de las peores experiencias de mi vida, era un viaje largo y lento por carreteras sinuosas. Siempre he sido tendente al mareo, pero en aquella ocasión alcancé un estado "vomitoso" hasta entonces desconocido. Yo pensaba que solo podías vomitar cuando tenías algo en el estómago, pero despues descubrí que con el estómago totalmente vacío uno no deja de vomitar, sino que vomita un suero ensangrentado asqueroso. A pesar del tiempo transcurrido, todavía se me revuelve el estómago cuando recuerdo aquel viejo autobús de olor infernal que detenían cada pocos kilómetros para que pudiese vomitar, una vez hube terminado con varias bolsas de papel.
Cuando llegamos a los Ancares, todos mis compañeros de acampada ya me conocían y me miraban con cierta lástima.
La primera imagen que conservo de aquellos maravillosos parajes (a los que no deseo volver jamás) es un pequeño pueblecito de pallozas (casas redondas de mampuestos y techos de paja) muy bonito si nos referimos tan solo al aspecto visual, porque si hablamos del sentido del olfato, aquello era un pueblo de mierda literalmente. Yo tengo aldea y estoy acostumbrada a oler bosta, pero nunca había visto un pueblo cuyos caminos estaban "asfaltados" con ella, es decir, caminabas directamente sobre la mierda.
El viaje hasta Ancares fue una de las peores experiencias de mi vida, era un viaje largo y lento por carreteras sinuosas. Siempre he sido tendente al mareo, pero en aquella ocasión alcancé un estado "vomitoso" hasta entonces desconocido. Yo pensaba que solo podías vomitar cuando tenías algo en el estómago, pero despues descubrí que con el estómago totalmente vacío uno no deja de vomitar, sino que vomita un suero ensangrentado asqueroso. A pesar del tiempo transcurrido, todavía se me revuelve el estómago cuando recuerdo aquel viejo autobús de olor infernal que detenían cada pocos kilómetros para que pudiese vomitar, una vez hube terminado con varias bolsas de papel.
Cuando llegamos a los Ancares, todos mis compañeros de acampada ya me conocían y me miraban con cierta lástima.
La primera imagen que conservo de aquellos maravillosos parajes (a los que no deseo volver jamás) es un pequeño pueblecito de pallozas (casas redondas de mampuestos y techos de paja) muy bonito si nos referimos tan solo al aspecto visual, porque si hablamos del sentido del olfato, aquello era un pueblo de mierda literalmente. Yo tengo aldea y estoy acostumbrada a oler bosta, pero nunca había visto un pueblo cuyos caminos estaban "asfaltados" con ella, es decir, caminabas directamente sobre la mierda.
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