En la obra había dos encargados, el que hacía todo el trabajo y el otro.
El otro encargado era un señor mayor que no se movía mucho, estaba un poco gordito y pasaba los días metido en la caseta de obra sudando como un gorrino. Uno puede pensar que tendría trabajo que hacer en la caseta, pero si te fijabas un poco era evidente que no. Se pasaba el 90% del tiempo bajo el umbral de la puerta de la caseta secándose la frente con un pañuelo de tela (parecía siempre el mismo).
Si alguien pasaba por allí les hablaba y daba alguna instruccion, preguntaba por la obra como si no trabajase allí... a su lado, el buen encargado parecía el correcaminos.
A media mañana, el otro encargado sacaba una bolsita con fruta y se la comía despacito. Si le mirabas en ese momento siempre decía - Es que me la manda mi mujer.- Se ve que en la obra piensan que comer fruta es de maricones, un tío de verdad jamás cuidaría su salud.
Una vez, no me acuerdo como, le convencieron para que me enseñase a replantear una planta (colocar ladrillos en los extremos de los que serán los tabiques de las habitaciones). Yo me lo pasé genial, fueron mis primeros ladrillos, el hombre no parecía muy entusiasmado y yo le pedía - ¡otro!¡otro!
Al día siguiente todos me preguntaban - ¿qué lle fixeches ó Manolo? - estuvo de baja una semana, el pobre se debió herniar.
jueves, diciembre 20, 2007
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