jueves, diciembre 20, 2007

MI PRIMER TRABAJO, CHISPAS: EL OTRO ENCARGADO

En la obra había dos encargados, el que hacía todo el trabajo y el otro.
El otro encargado era un señor mayor que no se movía mucho, estaba un poco gordito y pasaba los días metido en la caseta de obra sudando como un gorrino. Uno puede pensar que tendría trabajo que hacer en la caseta, pero si te fijabas un poco era evidente que no. Se pasaba el 90% del tiempo bajo el umbral de la puerta de la caseta secándose la frente con un pañuelo de tela (parecía siempre el mismo).
Si alguien pasaba por allí les hablaba y daba alguna instruccion, preguntaba por la obra como si no trabajase allí... a su lado, el buen encargado parecía el correcaminos.
A media mañana, el otro encargado sacaba una bolsita con fruta y se la comía despacito. Si le mirabas en ese momento siempre decía - Es que me la manda mi mujer.- Se ve que en la obra piensan que comer fruta es de maricones, un tío de verdad jamás cuidaría su salud.
Una vez, no me acuerdo como, le convencieron para que me enseñase a replantear una planta (colocar ladrillos en los extremos de los que serán los tabiques de las habitaciones). Yo me lo pasé genial, fueron mis primeros ladrillos, el hombre no parecía muy entusiasmado y yo le pedía - ¡otro!¡otro!
Al día siguiente todos me preguntaban - ¿qué lle fixeches ó Manolo? - estuvo de baja una semana, el pobre se debió herniar.

miércoles, diciembre 12, 2007

EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN: LA LLEGADA

Cuando tenía 7 años, mis padres me enviaron a mi primer campamento de verano en los Ancares lucenses.
El viaje hasta Ancares fue una de las peores experiencias de mi vida, era un viaje largo y lento por carreteras sinuosas. Siempre he sido tendente al mareo, pero en aquella ocasión alcancé un estado "vomitoso" hasta entonces desconocido. Yo pensaba que solo podías vomitar cuando tenías algo en el estómago, pero despues descubrí que con el estómago totalmente vacío uno no deja de vomitar, sino que vomita un suero ensangrentado asqueroso. A pesar del tiempo transcurrido, todavía se me revuelve el estómago cuando recuerdo aquel viejo autobús de olor infernal que detenían cada pocos kilómetros para que pudiese vomitar, una vez hube terminado con varias bolsas de papel.
Cuando llegamos a los Ancares, todos mis compañeros de acampada ya me conocían y me miraban con cierta lástima.
La primera imagen que conservo de aquellos maravillosos parajes (a los que no deseo volver jamás) es un pequeño pueblecito de pallozas (casas redondas de mampuestos y techos de paja) muy bonito si nos referimos tan solo al aspecto visual, porque si hablamos del sentido del olfato, aquello era un pueblo de mierda literalmente. Yo tengo aldea y estoy acostumbrada a oler bosta, pero nunca había visto un pueblo cuyos caminos estaban "asfaltados" con ella, es decir, caminabas directamente sobre la mierda.