miércoles, mayo 14, 2008

MI PRIMER TRABAJO CHISPAS: LA OTRA GENTE

Había un chaval que venía por la obra una vez por semana para medir la piedra que se había colocado. Era joven, delgado con barba y melenudo. Un día llegó a la caseta muy colorado, rojo hasta las orejas, pero no nos quiso explicar por qué.
Pronto descubrimos la razón. Cuando se marchaba vimos como al pasar por delante de los chalets donde estaban los albañiles le silvaban, le llamaban guapa y le gritaban obscenidades. Él se giró con su barba negra y espesa y les respondió - que soy un tío - los albañiles quedaron parados una milésima de segundo y luego continuaron gritando jocosos las mismas y peores obscenidades. El chico camino tristemente hacia la salida con la cabeza gacha.

Al lado de la obra vivía el hombre mas rápido que existe sobre la faz de la tierra, un hombre capaz de viajar a la velocidad del rayo, más veloz que el viento, más rápido que el sonido, en definitiva un ancianito entrañable.
O era el hombre más veloz de la tierra o era el mejor ilusionista que jamás he conocido, porque siempre conseguía entrar en la obra de un modo increíble. Si estábamos en un piso y nos asomábamos por la ventana lo veíamos fuera de la alambrada que cercaba la obra, nos saludaba con su manita y ponía cara de querer conversación, así que nos metíamos para adentro, pero cuando salíamos por la puerta de la vivienda, él ya estaba allí.
La única explicación plausible que encuentro, es que tuviese un hermano gemelo, y aun así...
Nadie sabe, ni se sabrá nunca, por donde entraba. Peinamos la alambrada una y otra vez buscando roturas, pero nunca encontramos el punto débil de nuestras defensas.

Entre las diversas situaciones de caos que se produjeron durante mi estancia en la obra, la más surrealista (sin contar cuando hicimos balsas para navegar por el sótano inundado a oscuras con peligro inminente de electrocución) fue sin duda cuando le vendieron el mismo piso a dos parejas. Todo salió a la luz porque había un piso en el pasaba algo extraño y se quejaba el fontanero -por favor, que se aclaren de una vez, ¿quieren o no quieren bidé en este cuarto de baño?- El encargado llamó a los propietarios, estos vinieron a la obra y al llegar al baño hicieron este comentario -pero otra vez a vueltas con el bidé, que hemos dicho que no queremos bidé y cada vez que venimos aquí este hombre se empeña en colocarnos el puñetero bidé.
Tras un duro enfrentamiento, nadie llegó al fondo del problema, pero si a la conclusión de que en ese piso no se ponía bidé. Cuando la pareja de propietarios se fue, llegó la respuesta al problema. Otra pareja vino a ver el mismo piso y querían un bidé. Les vendieron otro piso pero les habían dado el plano equivocado y siempre que iban se metían en el piso de los otros y nadie se había dado cuenta. Para ellos fue un shock que les cambiasen de planos, aunque era la misma superficie, ya habían encargado muebles con otras medidas y se pasarían el resto de sus vidas siendo vecinos de su piso.

Es bien conocido por todo el gremio de la construcción que los Arquitectos no son mucho de pisar las obra. Mientras que los aparejadores comen barro, los arquitectos solo van a ver las pinturas y los azulejos para flipar en colores.
Debe haber parte de verdad en ello, porque durante el tiempo que pasé en obra vi al aparejador unas cuantas veces pero al arquitecto solo una. Claro que solo con una visita consiguió dejarnos un recuerdo imborrable.
Un buen día apareció por allí un señor bien vestido que nadie conocía hasta se empezó a rumorear que debía de ser el arquitecto, por el coche y el calzado que llevaba, y así era. Venía acompañado por su hijo que acababa de empezar la carrera y parecía su mini-yo.
Después de dar un paseo por la obra (por la parte que estaba más terminada) haciendo comentarios de lo brillante que eran las pinturas y el efecto que intentaba conseguir y de como la luz de no sé que hora debía entrar por no sé que sitio y ángulos por aquí, azulejos por alla y bla bla bla paparruchas mil, nos fuimos a la caseta para que escribiese en el libro de órdenes no sé que gilipollez sobre una impermeabilización que nadie iba a hacer, ni él iba a comprobar que se hiciese.
Una vez hubo escrito en el libro, firmó y rápidamente se metió en el aseo de la caseta de obra sin que a ninguno nos diese tiempo (tampoco había intención) de avisarle de que no estaba conectada a la arqueta. Entre risas comentábamos - Joder, ahora va a oler esto a meo durante semanas, que cabrón el hijoputa del arquitecto, pa una vez que viene.
Al cabo de un rato, salió el arquitecto, muy ufano, aun a sabiendas de lo que había hecho, porque si un vater no tiene agua te das cuenta cuando pulsas la cisterna (no sale agua ni la hay dentro del inodoro) y se fue rápidamente con su lacayo y la cabeza bien alta.
Todos pensamos que no le volveríamos a ver, porque dejar aquel chorongo putrefacto en el interior del inodoro y fingir que no había pasado nada, tiene delito.
Tuvimos una peste en la caseta que duró meses. Con aquel calor bochornoso el olor se metía en la nariz y ya no podías oler otra cosa en todo el día, era realmente repugnante.
Una vez se hubo marchado el arquitecto, había que encargarse del souvenir, pero radie quería hacer el trabajo sucio y al final lo sorteamos. El subencargado tuvo que verter un caldero con agua y el mojón del arquitecto fue a parar a la acera de debajo de la caseta. Una vez allí tuvo que ser trasladado con agua a presión hasta el jardín. La escena acaparó la atención de muchas personas que veían como rodaba acera abajo el regalo del arquitecto de la obra. Creo que esa fue la prueba de que los arquitectos no son Dios, son personas humanas. Claro que, si su objetivo era que le tuviésemos presente sin estar allí, ¡misión cumplida!, el tío sabía lo que hacía.

LOS MALOTES

Iban dos malotes detrás de mi en el autobús y uno pulsa el botón de parada y se levanta, entonces el otro le dice - el último, segundo.
- ¡Qué ingenioso! - pensé (para un malote, claro). Me recordó a los viejos tiempos, cuando mi abuelo, mi papá y yo echábamos carreras por la playa y al llegar mi abuelo siempre presumía de quedar de tercero, en realidad él no corría, caminaba apurado un trozo y luego ponía cara de haber llegado a la meta y ya.
A lo que iba, pensé que el malote había hecho un chiste, ¡qué obtusa!. Los malotes no hacen chistes, hacen malotadas.
El que había pulsado el botón se volvió a sentar y juntos esperaron a que el autobus parase, se abriesen las puertas y vajasen los pasajeros, después corrieron como perros para bajar antes de que las puertas se cerrasen de nuevo.
¡Cáspita! ¿Por qué tanta maldad?

MI PRIMER TRABAJO CHISPAS: EL ENCARGADO CHACHA

Aunque en aquella "gran obra" había dos encargados solo uno de ellos trabajaba. Impresionaba verle trabajar, lograba llevar en la cabeza toda la información y datos necesarios sobre empresas, materiales, personas e incluso teléfonos. Sus únicas herramientas eran un teléfono móvil que no paraba de sonar y un metro.
No paraba quieto ni un momento, podías verle de un lado a otro, arriba y abajo, parecía estar en todas partes. Lo cierto es que aprendí mucho a su lado por lo que le estoy muy agradecida.
El pobre hombre se pasaba horas y horas en la obra, aquello era como su casa. Siempre comentaba, en tono irónico, que su mujer le quería hechar de casa y sus hijos no le reconocían. Yo creo que era cierto.
Sin embargo, él siempre conservaba su buen humor y jamás le vi perder la paciencia, a pesar de que le dieron motivos, muchos motivos para ello. Tenía que encargarse de discutir con todos los vecinos que venían a quejarse de cualquier cosa y le amenazaban constantemente con absurdeces, como denunciarle por no tener agua en casa (luego comprobamos que había cerrado su propia llave de paso).
Un día un vecino al que querían expropiar (cosa de la que un encargado nunca es responsable) le amenazó con ir a por la escopeta para dispararle. Asombrada vi como, en lugar de sentirse amenazado, le enseñaba la cicatriz que tenía en el hombro (de otro disparo, con entrada y salida) y le pedía que le disparase en el mismo sitio que ya tenía el agujero hecho. Aquella escena me impactó. La gente solía amenazarle con denunciarle a la guardia civil (por motivos absurdos) y él siempre contestaba con una sonrisa - la única forma de coger vacaciones en esta empresa es pasar una semana a la sombra.
Una vez que vino la guardia civil y le preguntaron por donde se salía les dijo -por allí - y yo le dije - pero si por allí está cerrado - a lo que respondió - pues ya daran media vuelta, jojo. Y cuando subió de nuevo la guardia civil se despidió adoptando la postura de Anibal el del Equipo A con un pitillo entre los dientes (le gustaba que los guardias saliesen bien).
El gerente no sabía apreciar el trabajo que realizaba este señor (que finalmente dejó la empresa), y le hacía realizar tareas nada gratificantes. era capaz de dejar la obra sin encargado para que le fuese a comprar pienso para sus perros o abono para el cesped de su casa. La vez que más me reí, fue un día que lo llamó para arreglar una cisterna en su chalé. Nos fuimos un fontanero, el encargado y yo para allí. Más que un chalé era un edificio con un piso por planta para cada hijo. El encargado iba echando pestes todo el camino, lamentándose por todo el trabajo que tenía y como le hacían perder el tiempo. Cuando llegamos no condujeron al piso en cuestión, al llegar pasamos al baño (los tres) y mi encargado cerró la puerta. Luego se puso a fuchicar en todos los armaritos, olisqueó y probó todas las cremas, colonias y potingues que encontró mientras ponía caras de asco o de cuidar mucho su cutis y los tres reíamos como unos niños traviesos, tapándonos la boca con la mano para que no nos escucharan reir, sintiéndonos más felices que aquella gente tan podrida de dinero.
El fontaneró ensució el baño - necesito algo para limpiar aquí- dijo, el encargado miró alrededor y le pasó una toalla con puntillas. Nos empezamos a reir mientras el fontanero decía que no con la mano y el encargado asentía con la cabeza hasta que le convenció. Yo, muerta de la risa, me secaba las lágrimas e intentaba evitar que se me calleran los mocos.
Cuando terminó de limpiar, el encargado volvió a colocar la toalla en el toallero, con mucho esmero para que no se notase que la habíamos tocado.

Pasé mucho tiempo riendo cada vez que recordaba la escena, imaginando a aquella gente superpija limpiándose con la toalla del suelo e imaginando la estampa de ver salir de un baño pequeño a un fontanero, un encargado y una aparejadora coloraos con los ojos llorosos y caras muy serias y profesionales - el trabajo ya está hecho, nos volvemos a la obra (señor, sí señor).

UN SUPERMAN CON CASCO

No se debe bromear con los accidentes de trabajo, pero es que a veces no te dejan otra salida.
Hace unos años me llamaron para que fuera a una obra a echar a un tipo que por lo visto estaba borracho. ¡Manda güevos! que habiendo en la obra un aparejador, un jefe de obra y unos cuantos encargados tenga que ir yo, asesora de prevención, con mis pinzas del pelo, mi bolso rosa y mis chanclas, a echar a un borracho porque los demás temen que se ponga violento. ¿Acaso creen que llevo un ladrillo en el bolso (eso solo pasó una vez y no creo que nadie lo recuerde) o que los borrachos no pegan a las mujeres?, no sé que es más absurdo.
Bueno, el caso es que cuando llegué estaban todos esperándome en silencio y cuando entré me iban señalando con la mirada por donde tenía que ir. Reconocí al fulano al momento por su forma de oscilar a un lado y al otro, ajeno a la conspiración que habían tramado sobre su persona.
Nunca antes me había enfrentado a una situación parecida y no sabía muy bien como empezar, claro que un - ¿está usted borracho? - o un - ¡pero que te has metido alma de cántaro!- no parecían adecuados para aquel momento.
Finalmente opté por un - ¿se encuentra bien? parece usted algo mareado.
El hombre me empezó a contar que tenía un montón de problemas, que estaba deprimido, que le habían recetado unas pastillas (que acompañaba con vino, porque le cantaba el aliento cosa fina) y que ya notara que se mareaba en el coche mientras conducía (no hay más accidentes porque no cuadra). Al final le convencí para que se fuera a la mutua y le hiciesen un informe para poder realizar los trabajos (en un andamio) y que no podría entrar en la obra hasta que lo tuviera.
Vamos, que resolví el entuerto despejando balones. O en la mutua le negaban el permiso de trabajo o en la obra no le volverían a dejar entrar.
Me fui tranquila y en las siguientes semanas no volví a saber del tipo. Sin embargo, cierto día, un "anónimo" nos contó que alguien se había caído desde el ático (5 plantas), pero que no le había pasado nada.
Fui hasta allí enseguida y aunque me costó sonsacar al encargado, al final confesó que quién se había caído era el mismo tipo que yo había echado (que quede claro que no forma parte de mi trabajo vigilar la entrada o echar gente. Les puedo decir que se vayan, que si no quieren, no me tienen porque hacer caso, porque ni soy su jefe ni les puedo dar instrucciones. Yo solo hago informes, no mando nada).
Además de la conversación surrealista con el encargado:
- Me han dicho que hubo un accidente.
- Ah, me entró una china en el ojo, pero ya estoy bien.
- No, ese no, me dijeron que cayó un tipo.
- Pues no sé, sería en otra obra.
- Ya, ¿y el agujero que hay en techo del edificio de al lado?
- Ah bueno, es que fue hace mucho y no me acordaba.
- (Ni que pasaran meses como para olvidar algo así)
- Se cayó tu amigo. Pero, ¿quién te lo contó?

El mejor momento fue cuando llegó su jefe mientras hablábamos. Yo sabía que el jefe sabía lo del accidente y que el encargado no sabía que el jefe lo sabía, pero el encargado y el jefe sabían que yo lo sabía y entonces se produjo la siguiente estúpidez:
Jefe - ¿De qué hablais? (dando pie a que el encargado diga la verdad)
Yo - Del accidente del otro día (dando pie al encargado para que confiese)
Jefe - Es verdad, ¿de qué es el agujero que hay en el tejado de al lado? (poniéndolo a güevo)
Encargado - Nada hombre, que se cayó un trozo de vigueta de los de la fachada. Pero ya fuimos a por ella.

Y delante de mi le mintió, como solo se miente a una madre.

Resumiendo, lo más sorprendente de esta historia fue como un tipo chuzao que se cae de un 5º vive para contarlo. Segun la versión que me llegó, el tipo se colgó de una cuerda a lo "tarzán" para llegar no-se-sabe-a-donde para coger no-se-sabe-qué y, como era de esperar, perdió el control y cayó a cámara lenta resbalando por la cuerda dejándose la "piel en el pellejo" durante 5 pisos.
Al llegar abajo se soltó, porque se le acabó la cuerda, y volvió a caer sobre una placa ondulada de algún material plástico que milagrosamente amortiguó el golpe, pero que terminó por romper, de modo que el tipo calló desde unos tres metros al interior de un garaje.
Cuentan que un tipo que estaba en el del garaje vio como un tipo caía del techo, se levantaba, se sacudía y se iba caminando por su propio pie mientras pedía disculpas.